lunes, 6 de febrero de 2012

Capítulo 5: Relación

Cuando sonó la campana, respiré aliviada. Estaba deseando volver a mi casa y tumbarme en mi cama. Estaba en mi taquilla esperando a Dylan, pero como no venía y además no se le veía por ningún lado, decidí irme yo sola a casa ¡qué se le iba a hacer!
Cuando salí por la puerta del colegio allí estaba él, esperándome, con una sonrisa en la cara.
-Ven conmigo Eve, quiero enseñarte una cosa- dijo Dyl- seguro que te va a  encantar.
Nos metimos en su coche y puso la radio. Cuando arrancó y nos dispusimos a marcharnos tuve la extraña sensación de que alguien me observaba. Miré a todos lados pero no vi a nadie, así que me encogí de hombros y me relajé en el cómodo asiento del coche.
Íbamos por una carretera con baches llena de grava y tierra. Miré por la ventanilla y vi, a lo lejos las copas de los árboles, entonces supuse que me iba a llevar al bosque. Cometía un error, porque si alguien me quería dar una sorpresa, jamás, de ninguna manera debería llevarme al bosque, porque no había nadie que lo conociera tan bien como yo.
- Dyl – le dije de la mejor manera que pude, ya que no quería estropear sus buenas intenciones- creo que no me vas a poder dar una sorpresa. Ya sé dónde vamos.
- ¿En serio?- me dijo mirándome con una sonrisa irónica.
- Si, vamos a alguna parte del bosque, y yo me  conozco el bosque como la palma de mi mano.
- No creo que conozcas al lugar a donde vamos. Confía en mí, sé lo que me digo.
No le pregunté más, así que estuvimos callados el resto del trayecto. Cuando nos internamos en la espesura por un caminito, me asusté. Vale, era Dylan, mi amigo de toda la vida, no me iba a hacer nada, pero había cambiado tanto….
Como si me leyese el pensamiento dijo:
- Tranquila Eve, no te voy a hacer nada. Así que relájate y deja de retorcerte las manos, te las vas a arrancar.
Me miré las manos, las tenía enrojecidas. Casi sin darme cuenta me había empezado poner nerviosa.
Le miré suplicante.
-Ya está, ya hemos llegado. Pero ahora te tienes que tapar los ojos. Es una sorpresa- La sonrisa que me dirigió me tranquilizó tanto que me puse la venda que me ofrecía en la cara. Esperé un rato, hasta que me abrió la puerta y me cogió de las manos para ayudarme a bajar. Me puso sus manos en mis hombros y me empezó a empujar suavemente guiándome por el bosque. De repente se paró y sentí sus labios rozando mi oreja:
- Ahora, si estás preparada, puedes quitarte la venda.
Y es lo que hice, me desaté el nudo y dejé que la venda se cayera al suelo. Me quedé muda de asombro. Giré sobre mí misma para observar toda la belleza de aquel lugar. Obviamente no había estado allí nunca, porque si no me acordaría.
Había un lago precioso, en él había cisnes y patos nadando. Del lago salía un río que se perdía de vista a lo lejos.  Estábamos en la parte izquierda del lago, en la que todo era bosque. Justo enfrente había un claro con el césped muy verde adornado de flores preciosas. Lo extraño era que las flores que había eran atemporales. Era como si miraras un cuadro de un paisaje al que le faltara el cielo. Algo raro te saltaba a la vista. Pero lo más bonito de aquel lugar era, sin duda, la cascada. Era una inmensa cortina de agua que al caer al lago provocaba chispas de aguas, que mojaban el césped. Un gran arco iris, en el que se discernían perfectamente todos los colores, atravesaba le cascada como un cuchillo te podía atravesar la piel.
- ¿Te gusta? – me dijo Dylan con la mirada iluminada por la ilusión.
- Sí, me encanta.
-Ven, voy a enseñarte otra cosa- me cogió de la mano y me condujo por un caminito hasta una especie de entrada a una cueva. La entrada estaba cubierta de helechos que impedían ver lo que había dentro. Dylan me cogió las manos y me las puso delicadamente encima de los ojos.
- No vale mirar hasta que te diga ¿eh?
Asentí con la cabeza.
Me empujó suavemente hacia dentro de la cueva. Sentí como los helechos me rozaban la cara como si fueran manos que me acariciaban.
- Ya puedes mirar- abrí los ojos y me volvía a quedar muda por segunda vez. Estábamos en una especie de cueva… ¡en el interior de la cascada! El suelo estaba recubierto por pétalos de rosa y en el medio había un cojín en forma de corazón precioso.
- ¿Has echo tú todo esto? ¿Para mí?
- Si…. –dijo poniéndose colorado como un tomate – es que como no pude regalarte nada por tu cumpleaños, te lo regalo ahora. El cojín es para ti, pero encima de él hay otro regalo.
Me acerqué par cogerlo. Abrí el envoltorio con mucho cuidado y lo sostuve entre mis manos. Era un colgante precioso, de plata y con la silueta de la cabeza de un lobo aullando a la luna. El lobo tenía por ojo una piedra preciosa, turmalina negra, supuse. Me quedé embobada mirando la belleza de la piedra.
- Trae, que te lo pongo- me dijo Dylan acercándose a mi. Cogió el colgante y se puso a mi espalda. Me retiró el pelo hacia delante. Pasó las manos alrededor de mi cuello y me abrochó el colgante al cuello. Me cogió de los hombros y me dio la vuelta para que mi rostro se quedara frente al suyo. Puso su mano en mi barbilla y me levantó ligeramente la cara. Clavé mis ojos en los suyos y paseé mi mirada por su rostro grabando en mi mente sus perfectas y preciosas facciones: sus labios perfilados y carnosos, sus ojos marrones, su pelo, que le caía a mechones por la frente y el cuello.
- ¿Lo ves? Te queda precioso- pero ni siquiera miré el colgante para ver como me quedaba. No podía dejar de observarle. Vi como se inclinaba para besarme y me quedé congelada. Cuando su boca encontró la mía y sus labios rozaron los míos, algo se desató en mi interior, un deseo insospechado, una pasión enorme. Al principio, tuve miedo pero luego me dejé llevar por ese deseo y le besé con pasión. Me rodeó la cintura con sus fuertes brazos y yo le puse mis manos en su fuerte cuello. Me apretó con fuerza y ahogué un gritito. Intenté respirar pero no pude, por miedo a quedarme sin respiración  me separé de él delicadamente y me quedé mirándole. Estaba aún más guapo que antes: las mejillas arreboladas, los ojos oscurecidos y los labios rojos. Apoyé mi cabeza en su ancho hombro, deseando que todo aquello no fuera un sueño, y en cualquier momento fuera a desaparecer. Escuché cómo su corazón, al compás de su respiración se iban calmando. Se separó de mí, y vi como se quitaba la camiseta dejando al descubierto su bronceado cuerpo, sus pectorales y sus abdominales.
- Ven, Eve, vamos a darnos un baño- me dijo cogiéndome de la mano y tirando de mí en dirección de la cascada. De repente se paró en seco- A no ser que quieras quitarte tú también al camiseta- me dijo mirándome y alzando una ceja a modo de interés.
- ¡Qué estúpido eres, Dyl!- me acerqué a él y le empujé contra la cascada haciendo que la atravesara. Yo le seguí, cruzando la cascada. Al pasar por debajo de ella, cerré los ojos para disfrutar del momento y percibir todas las sensaciones que sentí: la presión del agua en mi cabeza y en todo mi cuerpo, como si cada gota de agua pudiera colarse por mi piel, como si la cascada fuera el paso de un mundo a otro totalmente distinto, como si el agua se abriera a mi paso, para dejarme disfrutar de la vista del exterior: la luz y el viento, y Dyl. Estaba inclinado en la orilla del lago, y de repente, sin previo aviso, se tiró al agua. Me acerqué corriendo, y al ver que no salía, me asusté.
-Dyl… Dyl… ¡Dyl!- grité al agua muda. De repente, la cabeza de Dyl salió del agua, empapada, con todo el pelo pegado a su cara.
- Me has dado un susto de muerte- empecé a decir, pero Dyl se acercó a mi cara y me cogió con sus mano heladas mis hombros. Acercó sus labios a los míos, y antes de que pudiera si quiera rozarlos, tiró de mí hacia el agua, haciendo que me metiera en el lago.
Sentí como si todo se hubiera parado, no se oía ningún sonido, ni se veía nada. Salí a la superficie y de repente todo se abalanzó sobre mí, vi todos los colores a la vez, escuché todos los sonidos a la vez mezclados con la risa de Dyl, que estaba a mi lado.
- No vale- le dije - has hecho trampa.
- Ja, ja, ja… ¿de verdad quieres que haga trampas? Vale, tú lo has querido- dijo poniendo tan rápido las manos en mi cabeza, que no vi venir la ahogadilla que me hizo. Estuvimos haciéndonos ahogadillas y cosquillas mucho tiempo. Deseé poder coger todo aquel aire puro que había en el ambiente y guardarlo en un frasquito, para abrirlo después en la ciudad contaminada.
Me di la vuelta y vi a Dylan mirándome con esos ojos que tanto me gustaban. Me acerqué nadando y me cogí a él como si fuera mi flotador salvavidas.
- ¿Qué? ¿Te ha gustado?
- Sí, me ha encantado….-dije mientras le retiraba los mechones de pelo empapados que estaban pegados en su frente- yo también tengo algo para ti.
-¿Ah, si? ¿Qué?
Me acerqué y posé delicadamente mis labios en los suyos. Al principio le noté tenso a mi lado. Pero, poco a poco, se fue ablandando y pasó sus brazos alrededor de mi cintura.
Yo le rodeé el cuello con mis brazos y puse mis manos en su cabeza. Empezamos a besarnos cada vez más apasionadamente. Le despegué el pelo que estaba apelmazado en su cabeza y empecé a enredarme las manos entre sus mechones. Noté cómo él pasaba las manos por toda la espalda y los costados acariciándome delicadamente todo el cuerpo. Disfruté aquel momento como si fuera único e irrepetible. Nos apretábamos con tanta fuerza que parecía que íbamos a fusionarnos en un único ser, y eso, creo yo, era lo que los dos queríamos.
Se separó de mí delicadamente, para observarme de cerca, con sus ojos penetrantes. 
- Te quiero tanto...-murmuró. Y de verdad me debía de querer, ya que Dylan no era de los que expresaran sus sentimientos fácilmente.
-No me dejes nunca- le dije pasando mis piernas alrededor de su cintura, como si de alguna manera así me asegurarar de que nunca se iría de mi lado.
- ¿Crees que podría vivir sin ti? Porque yo creo que no.
Puse mi cara encima de su hombro y respire el olor tan familiar de su pelo.

-Escúchame..-dijo susurrándome al oído- nunca te voy a abandonar, porque si me fuera y te dejara aquí sola se me partiría el corazón. Nunca, y escúchame bien, nunca te voy a dejar sola. 

Paula Pulido Egea (25)


(Foto de Laura)



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Amor Oscuro a la luz de la Luna

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